sábado, 6 de abril de 2019

Qué solo se está en la cumbre. ¡Y qué a gusto!

Aunque todos nos hemos dado cuenta de que el Ciudadanos de hoy no tiene nada que ver con el de ayer -que a muchos nos gustaba más-, Albert Rivera se empeña en dejarlo claro cada día, por si algunos de nosotros fuésemos ligeramente sordos o cortos de vista. Empezó, sin que nadie se lo pidiera, renunciando a la socialdemocracia, como si estuviese haciendo la primera comunión y rechazando a Satanás, a sus pompas y a sus glorias. Luego tuvo la brillante idea de establecer un cordón sanitario en torno a Pedro Sánchez, convertido para la ocasión en el Anticristo (pactar con Vox, por el contrario, le parecía lo más normal del mundo, como cuando metió la pata hace años con lo de Libertas). Suma y sigue: le ofrece un pacto preelectoral a Pablo Casado y éste, de manera displicente y un pelín humillante, le dice que ya puede contar con la cartera de Asuntos Exteriores en su flamante gobierno (“No, no, que el presidente del gobierno seré yo”, clama Rivera sin que el otro se de por aludido). Última hazaña: para seguir insistiendo en que se la pela el núcleo fundacional del partido, se carga a Teresa Giménez Barbat, que llevaba a cabo una meritoria labor humanista en Europa al frente de Euromind. ¿Qué será lo próximo? ¿Soltarle dos guantazos a Francesc de Carreras o a Boadella si se los cruza por algún lado?

Nunca sabremos si la deriva derechista de Rivera es algo sentido o simple oportunismo. O si, en un rapto de generosidad, pretende devolverles al PSC los votantes sustraídos ante el síndrome de Estocolmo nacionalista de los de Iceta, pero si esa es la intención, debo decirle que va por muy buen camino. Reconozco que empecé a perderle un poco el respeto cuando me llegó -desde dentro del partido- la información de que Albert no leía un libro ni que lo mataran y que su cantante de referencia era Alejandro Sanz, pero quería seguir creyendo en ese partido que, hace unos años, se atrevió a plantar cara en Cataluña a los nacionalistas, gracias en parte a una pandilla de gente que sí lee libros y de la que ahora se quiere deshacer cuanto antes, olvidando que fueron ellos quienes le apoyaron cuando no lo conocía ni su padre. He conocido y apreciado a gente estupenda en Ciudadanos, pero su jefe ha dejado de inspirarme la más mínima confianza: me temo que solo es un sujeto muy ambicioso que hará lo que considere necesario para llegar a presidente de la nación, aunque se le empieza a poner cara de acabar quedándose con las ganas.

Rivera y su fiel Villegas son especialistas en castigar a lo mejor que tienen. Véase el caso Giménez Barbat. O el de Jordi Cañas, un socialdemócrata -y un gran tipo- al que en estos momentos no saben si enviarlo a Europa o a la mierda. Rivera ya no se habla con Manuel Valls, aunque se supone que éste es su candidato a la alcaldía de Barcelona. Y a ver con qué más nos sale de aquí al 28 de abril. Yo no sé si la política ha podrido a Rivera o si ya venía podrido de casa, pero lo cierto es que se ha cargado una propuesta que, en sus inicios, era fresca, estimulante y necesaria. Tal vez porque sus impulsores leían libros, no escuchaban a Alejandro Sanz y no imitaban a los nacionalistas envolviéndose constantemente en la bandera, que últimamente es la distracción favorita de Rivera, quien se dedica a competir con Casado y Abascal por ver quién tiene la bandera más grande, más calentita y más acogedora. Y lo que podría haber sido un necesario partido de centro izquierda antinacionalista ha acabado convertido en una opción más de la derechona. ¡Te has lucido, Alberto Carlos!


Ramón de España, en Crónica Global, 6 de abril de 2019

2 comentarios:

  1. No acabo de percibir qué rentabilidad puede conllevar para Ciudadanos la decisión de prescindir de sus mejores y más leales cabezas para copar sus listas con arribistas de toda laya. Es bien sabido que el pecado lleva la penitencia, así que no debería sorprender que muchos de estos fichajes, en su calidad de independientes y una vez que recojan su credencial de diputados, actúen en función de lo que convenga a sus intereses particulares y no al programa del partido que les puso en el puesto.

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